Buenos deseos y mejores intenciones. Los inicios de año siempre vienen cargados de planes que guiarán los doce meses que tenemos por delante. Mirar atrás para enfocar adelante. En nuestro caso no es diferente. Si volvemos la vista atrás, el 2022 ha sido un año de trabajo tan extenuante como esperanzador. El año en el que todo el sistema de cooperación ha sido revisado, empezando por la ley que lo regula.
Decía Gardel que 20 años no es nada, y seguramente no le falte razón en eso de las canas, las nostalgias de los primeros amores o las calles de la infancia. Pero, Gardel, amigo, 20 años son una barbaridad de tiempo, sobre todo en este mundo nuestro que avanza y cambia a una velocidad delirante. Dos décadas han pasado sin que la ley de cooperación haya sufrido ninguna reforma y eso, en este planeta empapado de crisis que afectan a millones de personas, es cuanto menos una anomalía (sobre todo si lo contrastamos con los compromisos internacionales asumidos por el Gobierno en materia de cooperación, desarrollo sostenible, migraciones o cambio climático).
Somos de naturaleza optimista. Nos gusta inclinar la balanza hacia la esperanza y, en este caso, tenemos muchos elementos para ello. La reforma se produce después de un período muy duro en el que la cooperación se llevó al borde del precipicio cuando más se necesitaba. El 2022 ha sido un año de travesía intensa en el que hemos dialogado de forma permanente con la Administración y los partidos políticos. En ese remar de la mano, hemos conseguido bastantes acuerdos en un momento de crispación en el que no resulta fácil arribar a puertos comunes. El Senado aprobó la ley de cooperación con una unanimidad casi inédita (260 votos a favor y dos en contra) el pasado 21 de diciembre.
La travesía, sin embargo, acaba de empezar. El 2023 debe ser el año en el que esas intenciones, buenos deseos y declaraciones se lleven a la práctica. De nada sirve una ley en papel si no cuenta con decretos, estatutos y presupuestos bien orientados que la hagan efectiva. Nos jugamos mucho.
Ahora, a trabajar con rigor, profesionalidad y altura de miras. Aquí no valen esos deseos, como el de hacer más deporte o aprender idiomas, que al llegar marzo se esfuman. El viento se lleva las palabras si no derivan en decisiones políticas. Aquí no hay otra opción que seguir defendiendo la vida frente a ese enorme cambalache que es el mundo (como dice aquel otro tango). Y hacerlo de manera colectiva.
Quedan algo menos de 365 días por delante para demostrar que podemos construir políticas públicas desde el diálogo y a favor de la paz; políticas que garanticen la igualdad de oportunidades, que fomenten la convivencia, el respeto por los derechos humanos y el cuidado de un planeta que ya no puede más. Por nuestra parte, seguiremos trabajando de la mano de cientos de organizaciones sociales de todo el mundo que a diario defienden la vida. Esperamos que las y los representantes políticos estén a la altura. Ojalá, como dice la gran Mercedes Sosa, podamos contar con todas las voces, todas; todas las manos, todas.