La entrevista la responde “la equipe” de Muy Wuaso; un medio sin jerarquías en el que toda palabra tiene cabida. Rescatan las voces de quienes han sido apartadas por el relato oficial; reconstruyen, incluso, las vidas que la historia dejó al margen. Conversamos sobre relatos alternativos, bulos, hegemonías culturales; sobre el poder de la palabra y los silencios; sobre discursos de odio y posibles alternativas. Conclusión: en contextos polarizados, “el diálogo es posible, tiene que serlo”.

En la descripción de vuestro trabajo decís que “trabajáis por un periodismo que encienda el futuro”. ¿En qué consiste ese periodismo y a qué futuro os referís?

Hablamos de un futuro feminista, más justo, solidario y comprometido con las necesidades de las mayorías, antes que con los beneficios de una época. Consideramos primordial recuperar las utopías para el periodismo. Durante las últimas décadas, el idealismo ha sido enajenado del periodismo, bajo la falsa premisa de la objetividad y la “imparcialidad”, que son valores que sirven solamente para imponer la voz del más fuerte, del más poderoso. Hablamos también de encender las luces que nos guíen hacia ese futuro. El periodismo es una de las herramientas clave para alumbrar nuevas perspectivas y formas de entender el mundo y vincularnos con todo lo que nos rodea.

Es necesario que el mundo sea reflejado en toda su diversidad, desde todos los ángulos posibles, si no acaban imponiéndose ciertas perspectivas de la realidad que casi nunca están orientadas al bien común

Ponéis el foco en las personas que “han sido desplazadas por la historia oficial, producto de narrativas hegemónicas patriarcales, racistas y clasistas”. ¿Quiénes son esas personas y cómo narráis/narran sus historias?

Tratamos de que sean ellas mismas quienes cuenten sus historias, con su propia voz. En el caso de figuras históricas, lamentablemente, debemos reconstruir sus vidas juntando los pedazos que quedaron desperdigados entre las construcciones de la historia oficial. Esas personas son nuestras abuelas y madres, indias, cholas, mineras, obreras. Muchas de ellas no solo fueron protagonistas de la historia boliviana, sino que entregaron su sangre y cuerpo a las conquistas que nos permiten vivir en un Estado Plurinacional en el siglo XXI. La mayoría de ellas son ocultadas por la historia oficial, escrita desde las intelectualidades de las clases medias y altas, desde los poderes políticos y económicos. Cuando estas luchadoras son nombradas o citadas por la oficialidad, solo es para expropiarles y sobreexplotar su imagen y sus luchas, no para reivindicar sus legados y aportes históricos. Desde el periodismo tenemos la misión de subvertir esta lógica utilitaria.

¿Por qué es importante arrojar luz sobre aquellas personas y lugares a los que no llegan los focos?

Vivimos en una era marcada por una tensión cultural y política constante. Es una batalla constante. Si estas historias no son contadas, si estas personas no son nombradas, si no son escuchadas, damos lugar a que otros les arrebaten las voces o las silencien y desaparezcan. Es necesario que el mundo sea reflejado en toda su diversidad, desde todos los ángulos posibles, si no acaban imponiéndose ciertas perspectivas de la realidad que casi nunca están orientadas al bien común.

¿Cómo reaccionan los líderes de opinión hegemónicos ante vuestra apuesta por focalizar en quienes han sido desplazadas?

Por lo general con cierta condescendencia o falta de interés. Pero cuando más reaccionan, incluso con ataques directos, es cuando cuestionamos sus prácticas periodísticas anquilosadas en valores coloniales y elitistas. En un par de ocasiones la experiencia fue grata. No hace mucho, un diario regional salió a buscar más columnistas mujeres, luego de que publicamos un reportaje donde queda patente que son hombres blancos de clases acomodadas y valores conservadores quienes hegemonizan las columnas de opinión en la prensa escrita boliviana.

La dinámica de las redes sociales nos ha impuesto la necesidad/obligación de discutir, juzgar y comentar absolutamente todo y este es el escenario perfecto para la polarización y la confrontación.

La generación de bulos y el aumento de los discursos de odio es una tendencia al alza en todo el mundo. Una de vuestras líneas de trabajo se centra precisamente en combatir esta tendencia. ¿Cuáles son vuestras propuestas?

No creemos que tengamos retos en particular, sino comunes con el resto de medios independientes y organizaciones que combaten la desinformación, ya sea de manera local o global. Una de las grandes dificultades es que los desmentidos nunca alcanzan el grado de viralidad que los bulos. ¿Cómo conseguimos acercarnos a la gente de manera más eficiente? ¿Cómo superamos la brecha que los grandes medios y los periodistas de vieja guardia han abierto con la ciudadanía? Son retos inmensos. El primer paso es no callar. Luego elegir muy bien el tono con el que comunicamos este tipo de información y evaluar cuáles son los canales más eficientes para hacerle frente a la desinformación. Sobre los discursos de odio, es fundamental no alimentar a los trolls. Desde nuestra práctica periodística, desde nuestros activismos, hay que comenzar a estar conscientes de que muchas veces nuestra “indignación” sobre ciertos hechos o dichos, puede estar ayudando a propagar ideas extremistas. Hay que comenzar a edificar cercos en contra de trolls, hay que tener protocolos para silenciar, bloquear y denunciar a las cuentas que solo buscan agredir y difundir ideas nocivas para una convivencia armoniosa. Y también hay que aprender a lidiar con ideas que sean distintas a las nuestras. No caer en la lógica troll binaria que divide el mundo en malos y “buenxs”, desde una perspectiva limitada y sesgada.

¿Es posible frenar ese tipo de discursos que derivan en lo que Hannah Arendt denominaba “la banalización del mal”? ¿Es posible avanzar hacia el diálogo y el entendimiento en contextos tan polarizados?

Es posible, tiene que serlo. Pero hay que dejar de creer que el diálogo es un imperativo o que la “tolerancia” es una obligación. La dinámica de las redes sociales nos ha impuesto la necesidad/obligación de discutir, juzgar y comentar absolutamente todo y este es el escenario perfecto para la polarización y la confrontación. Debemos dialogar con quienes tengan disposición a hacerlo, en un sentido amplio y horizontal. En esos casos, debemos aprender a escuchar y entender al otre, porque puede estar siendo víctima de la desinformación o de liderazgos opacos. O simplemente puede tener ideas distintas a las nuestras y no tenemos por qué juzgarlas. Los sectores progresistas debemos aprender a lidiar con otras maneras de ver el mundo, porque ese ha sido el mejor abono para que las clases populares sean sembradas de discursos extremistas, xenófobos, racistas, sexistas, entre otros. No podemos disputarnos la hegemonía de la violencia y la confrontación; debemos quebrar esa estructura y, a veces, lamentablemente, la alimentamos. Y cuando el diálogo no es una opción, porque también sucede, debemos aprender a aislar los discursos de odio y a sus representantes. No colaborar con la difusión de su violencia haciéndoles eco involuntariamente. Como dijimos antes, nuestra indignación, por más voluntariosa que sea, la mayoría de las veces solo sirve para propagar desinformación o discursos de odio. Les damos la palestra que buscan.

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