Nos encontramos en un contexto global de incertidumbres y cambios. La pandemia está haciendo que emerjan nuevos conflictos y reivindicaciones sociales –algunas ya existentes, aunque ahora agudizadas–. Es evidente la necesidad de un cambio de rumbo. Las desigualdades históricas siguen siendo importantes, pero afloran otras nuevas que necesitan ser atajadas. Las organizaciones de la sociedad civil tienen un papel clave para evidenciar estas problemáticas, pero también para construir propuestas y alternativas contrahegemónicas.

La cuestión es por dónde empezar. Una pregunta que se complica teniendo en cuenta que estamos en un contexto continuamente cambiante que exige adaptabilidad y dinamismo. La gestión, las estrategias y las herramientas para enfrentarnos a esta situación no pueden tener una mirada estática y encasillada en el business as usual -porque la vida sigue y también seguimos nosotras-. Debemos comprender la complejidad del momento que vivimos desde el entorno cercano en el que nos encontramos y sin olvidar los cambios que se están produciendo en todo el planeta.

Pero también, vivimos un momento de esperanza en el que se articulan las reivindicaciones y las propuestas de la ciudadanía.

La COVID-19 nos alerta: no podemos seguir igual que siempre. Tenemos la experiencia reciente de la crisis multidimensional que afectó a todo el planeta en 2008 y cuyos efectos aún estamos viviendo. Vivimos a una emergencia climática sin precedentes. Asistimos a la depredación del “hombre por el hombre” (SIC), del planeta por “el hombre” -no tenemos otro-, a la deriva autoritaria de muchos Gobiernos en el mundo, la crisis del sistema multilateral, al aumento de las violencias contra las mujeres y contra las defensoras del planeta, de la vida y de los derechos humanos, a una economía que oprime al 99% de la población… Pero también, vivimos un momento de esperanza en el que se articulan las reivindicaciones y las propuestas de la ciudadanía, desde lo más local y desde posiciones geográficas remotas, pero de forma interconectada y con resonancia e impacto en todo el mundo.

Cooperación o naufragio

No es la primera vez que las personas, la ciudadanía organizada o de forma espontánea, plantea enfrentarse a situaciones globales desde lo local. La solidaridad y el apoyo mutuo han sido una constante en los discursos y reivindicaciones sociales, y también una seña de identidad de nuestro actuar en el entorno más cercano. En infinidad de ocasiones, la movilización ciudadana ha levantado la mirada y exigido a sus representantes políticos más responsabilidad, más compromiso y coherencia con los derechos humanos. Esta misma movilización es la que ya en décadas pasadas dio lugar a la cooperación descentralizada, a movimientos de solidaridad internacional y alternativas ante una globalización que actuaba en contra del planeta y de sus habitantes. Ejemplo de ello, fueron las acampadas por el 0,7%, los foros sociales mundiales o las cumbres de los pueblos.

Lo que nos ocurre aquí -y lo que podemos hacer desde aquí- tiene una dimensión global y viceversa

Entender que lo que nos ocurre aquí -y lo que podemos hacer desde aquí- tiene una dimensión global y viceversa, es lo que multitud de agentes sociales definen como glocalización. El poder de lo local con una dimensión internacional. Una mirada cosmopolita a través de la que se construyen propuestas para impactar en la realidad global. Un poder transformador que es, y debería seguir siendo el estandarte del hacer político.

La cooperación, y en concreto la descentralizada, es una expresión de este poder de transformación. La expresión de nuestro deseo como sociedad de ver un mundo próspero, justo, equitativo, sostenible en el que conseguir una vida digna para todas las personas en todos los rincones del planeta. Es especialmente importante reivindicar la dimensión local en las políticas públicas porque es en lo local donde se tejen las relaciones sociales cotidianas, donde se sitúan los problemas sociales que afectan y preocupan a la gente; es donde pueden elaborarse estrategias directas que atiendan las desigualdades sociales, económicas o culturales.

Mientras en el distrito madrileño de Villaverde se sirven ollas de comida, en Buenos Aires, Deli, Luanda, Bogotá o Nairobi, colectivos hermanos también sostienen la vida

Cooperar es ir un paso más allá en una visión del mundo que queremos construir. Son las asociaciones de vecinos y de vecinas de los barrios más golpeados por la crisis que se entregan al apoyo mutuo, a tejer redes de solidaridad y de cuidados. Mujeres y hombres que saben que esto es un espejo de la realidad que se vive a cientos de kilómetros provocada por un sistema depredador que asfixia a la mayoría. Mientras en el distrito madrileño de Villaverde se sirven ollas de comida, en Buenos Aires, Deli, Luanda, Bogotá o Nairobi, colectivos hermanos también sostienen la vida.

Tender puentes entre lo local, lo estatal y lo internacional

Es imposible abordar las múltiples dimensiones de las desigualdades sin una mirada multidimensional. Lo es también si lo hacemos desde un enfoque fuertemente condicionado por una agenda de política exterior alejada de las demandas locales. A menudo, la acción exterior de los Gobiernos responde a procesos ajenos a las necesidades reales de las personas y enfrascados en “nombrar, pero no hacer”. En cambio, las administraciones locales, las juntas de los distritos, las asociaciones vecinales, las organizaciones juveniles o las ONG están en las calles, conocen los problemas, palpan las necesidades de las familias, las esperanzas de vecinos y vecinas.

La cooperación descentralizada española es única en el mundo y eso es gracias a la solidaridad de las personas de nuestros pueblos y ciudades.

No se trata de una crítica a la acción exterior del Gobierno central, sino un llamado a reconocer las singularidades y fortalezas de una acción local que transforma. Se trata de generar un diálogo fluido entre lo local y lo internacional con el fin de construir políticas multidimensionales que garanticen los derechos humanos en nuestros barrios y en los de cualquier otro país del planeta.

Una de las políticas que tiene esa capacidad es la cooperación descentralizada, que no sustituye las responsabilidades de los Estados, sino que las complementa. La cooperación descentralizada española es única en el mundo y eso es gracias a la solidaridad de las personas de nuestros pueblos y ciudades que exigieron el compromiso político con los problemas en otros lugares del mundo. Los agentes que la gestionan aportan diversidad y pluralidad, e imprimen en ella un carácter más democrático y participativo.

Nuestro papel en este contexto

En un contexto como el actual, marcado por una enorme crisis económica, social y medioambiental, la solidaridad de los pueblos debe jugar un papel más destacado y protagonista. Y debe hacerlo porque puede contribuir –y, de hecho, contribuye– a revertir los efectos de la crisis en las poblaciones en situación de mayor vulnerabilidad. Se trata, pues, no sólo de promover la implicación de la ciudadanía en el diseño y la puesta en marcha de soluciones novedosas, sino de sustentarlo con acciones políticas contundentes. Se trata de apoyar y financiar la solidaridad para remar juntas e impedir un naufragio que puede cebarse con millones de vidas en todo el planeta. La sociedad civil debe reivindicar su participación en estos procesos para hacer realidad su anhelo de ser sociedades más solidarias, justas y equitativas y demandar respuestas a quienes toman decisiones sobre nuestros impuestos, nuestros recursos y, en definitiva, sobre nuestras vidas.

Se trata de apoyar y financiar la solidaridad para remar juntas e impedir un naufragio que puede cebarse con millones de vidas en todo el planeta.

Si algo ha demostrado la pandemia es que estamos interconectados, que los problemas son comunes, locales y globales; y comunes, locales y globales deben ser las soluciones. Debemos reafirmar el compromiso con la política de cooperación, mantener las partidas destinadas a proyectos de cooperación descentralizada, de ayuda humanitaria y de educación para la ciudadanía global en todas las administraciones. Debemos defender la cooperación de abajo a arriba: desde nuestros barrios, a las esferas nacionales e internacionales. En miles de rincones de todo el planeta la gente lo está dejando claro: es cooperación o naufragio. La ciudadanía ya está haciendo su parte, ahora le toca a los Gobiernos.

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