Ciertamente, la pobreza es una de las causas más importantes de migración. La migración internacional puede verse como un símbolo de la desigualdad que existe en el mundo. Cuando hablamos de pobreza no pensemos solo en ingresos económicos. La pobreza forma parte de un conglomerado de factores entrelazados, como la ausencia de un Estado de derecho eficaz, la corrupción, el modelo capitalista extractivista o el cambio climático, que obstaculizan el desarrollo de buena parte de la humanidad.

El derecho al desarrollo de cada ser humano significa el derecho a no tener que migrar, a que la migración sea una opción voluntaria de la persona en vez de la única salida posible. Desde este punto de vista, las políticas de cooperación internacional pueden y deben mantener su foco en la lucha contra la pobreza. El compromiso y solidaridad con la justicia global es imprescindible para frenar, a medio plazo, la deriva creciente de desplazamientos forzados en el planeta a los que asistimos en los últimos años.

La migración internacional ha sacado a millones de personas de la pobreza y ha fomentado el crecimiento económico. Nunca ha empobrecido a los países de destino.

Sin embargo, no existe una relación directa y automática entre reducción de la pobreza y reducción de los flujos migratorios. La historia nos muestra que, aunque el desarrollo económico de los países conduce a largo plazo a una disminución de los flujos migratorios, a corto plazo ocurre lo contrario. La migración internacional exige un gasto que las familias y países más pobres no pueden abordar. Sin embargo, en las etapas iniciales de despegue económico, las diferencias de ingreso con los países ricos siguen siendo muy grandes pero los individuos y las familias pueden ya acumular unos ingresos con los que financiar su migración. Nos encontramos pues con la aparente paradoja de que el desarrollo en los países pobres aumenta las tasas de emigración.

Las migraciones son una estrategia de desarrollo y reducen la pobreza

Junto al debate sobre el derecho al desarrollo y la prevención de los desplazamientos forzosos, hay otra perspectiva igualmente necesaria desde la que contemplar la relación entre pobreza y migraciones. La migración es, lo ha sido siempre, una estrategia de desarrollo en sí misma. La migración internacional ha sacado a millones de personas de la pobreza y ha fomentado el crecimiento económico. Nunca ha empobrecido a los países de destino.

Las remesas son actualmente para los países de origen una fuente de ingresos superior a la ayuda internacional y a la inversión extranjera y, además, mucho más estable. Para Europa, la migración es una necesidad creciente para mantener nuestra prosperidad, amenazada por el desequilibrio demográfico causado por la fuerte caída de la natalidad. Desgraciadamente, la respuesta europea a las migraciones está centrada, actualmente, en poner trabas a la migración legal y en contener los flujos migratorios, con ayuda creciente de terceros países.  Sin embargo, la historia muestra que, a largo plazo, las migraciones no pueden frenarse, aunque sí gestionarse. La gente se moverá, ojalá sea por cauces ordenados, seguros y con recursos, pero si no, se moverá igualmente, de forma irregular y con mayores peligros y sufrimiento.

Las diferencias de ingresos y oportunidades, las diferentes características demográficas y el aumento de las aspiraciones de la población pobre y vulnerable del mundo, entre otras razones, harán de la migración una dinámica global en las próximas décadas. El Pacto Global de Migraciones de 2018 ofrece por primera vez un marco normativo para gestionar los flujos coordinadamente entre los países de manera que se promuevan los beneficios a largo plazo, tanto para los ciudadanos como para los migrantes.

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*Escrito por Cristina Manzanedo. Responsable de migraciones en Entreculturas

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