Otra mirada al escándalo Oxfam Gran Bretaña.

Han pasado ya unos días desde el inicio del escándalo sexual de Oxfam Gran Bretaña y sus ramificaciones en otras organizaciones que se dedican a la cooperación al desarrollo. Como muchos de nosotros, he seguido con preocupación y angustia el detalle de cada caso. Pero el tiempo ha permitido dotar al tema de dimensión y de perspectiva. La lección aprendida es compartida por muchos analistas. Nuestras instituciones no están a salvo de contar con algunas personas entre sus trabajadores que cometan abusos, ni tampoco pueden vivir en un mundo aparte de las miserias de la sociedad. Ya sea machismo, prostitución, acoso o negligencia.

Al mismo tiempo hemos podido aprender que el problema hay que enfrentarlo en un primer momento con los números, porque esa es la única manera de medir y saber la verdadera gravedad e intensidad del asunto. Y los números nos dicen que los casos de abuso son un porcentaje muy bajo, que se mueve entre el 0% y el 1%. Me refiero en comparación con el total de los trabajadores que están en los distintos proyectos y misiones desde hace años en decenas de países. Se trata por tanto de un problema gravísimo pero, al menos, acotado a un conjunto de desalmados, por lo que sería injusto que pusiéramos en duda todo el trabajo de esas organizaciones y aún menos el de todo el sector. A poco que uno pregunte y se informe mejor sobre nuestro trabajo, encontrará alivio y razones para confiar en nuestras organizaciones. No podemos permitir que cuatro miserables pongan en riesgo la relación, el acompañamiento y el trabajo duro que se viene haciendo a pie de terreno desde hace décadas con cientos de comunidades y socios locales de todo el mundo. Un trabajo no exento de riesgos, esfuerzos, compromiso y entrega. No sería justo, no.

Ha quedado claro, además, que el reto ahora está en volver a revisar los procedimientos, los controles y los mecanismos que aplicamos en nuestras organizaciones con la idea de mejorarlos. Porque es también cierto que tenemos buenas prácticas al respecto que han dado cuenta de su eficacia y su robustez. Es por tanto una ocasión inmejorable para centrar el foco y transferirlas a todo el sector. Para hacer que sea más difícil la posibilidad de que este tipo de personas entren a trabajar con nosotros o permanezcan una vez que cometan abusos o delitos. Precisamente es aquí donde sí ha habido un error por parte de algunas organizaciones. Es por ello que han pedido perdón y se han comprometido a reparar el daño y a trabajar fuerte por prevenirlo. Hemos aprendido que no podemos trabajar solo apelando a la confianza y a la vocación que damos por hecho en aquellos que trabajan con nosotros, sino que además debemos poner en marcha sistemas que exijan y demuestren un compromiso con altos estándares de calidad y responsabilidad.

En ese sentido, el escándalo Oxfam Gran Bretaña ha sido un revulsivo para todo el sector que ha venido a confirmar los esfuerzos que ya veníamos haciendo para elevar el nivel de exigencia que aplicamos en nuestras organizaciones. Es por eso que la reacción no se ha hecho esperar. Se han multiplicado vertiginosamente los contactos y los análisis para revisar otra vez los procedimientos y los mecanismos de control y de denuncia que venían funcionando hasta ahora. Y a todo se le ha dado la vuelta como a un calcetín. Todo está siendo comprobado de nuevo. Está siendo realmente agotador. Tanto las condiciones de contratación, como la transparencia interna; desde el intercambio de registros y datos entre organizaciones o el seguimiento continuo de los trabajadores, hasta la puesta en marcha de sistemas de alerta más eficaces y de organismos revisores que sean externos e independientes.

Queremos seguir revisando y mejorando todos estos controles, y crear nuevos si hace falta, para que a esos desalmados se lo pongamos tan difícil que casi les sea imposible. Porque el mundo real es duro y estará siempre lleno de riesgo, y frente al riesgo no hay seguridad nunca al cien por cien.

Pero, ojo, no se trata solo de eso. El verdadero reto también estará en qué es lo que podremos construir a medio plazo para crear una verdadera cultura del respeto en el interior de nuestras organizaciones. De qué manera podremos contribuir a preservar un clima real de tolerancia cero contra el abuso. Porque contra el delito no hay mejor receta que poner en marcha programas eficaces que permitan su inmediata detección y resolución. Pero esas son medidas que llegan tarde. Cuando el mal ya está hecho y hay víctimas que sufren un daño. Lo importante, lo nuclear, lo sofisticado será, por tanto, cómo crear las condiciones que hagan posible que el delito no se produzca. O sea, medidas reales de prevención. Y visto el tema, se constata que ese camino no se puede transitar más que a través de la promoción de la ética y de la conducta intachable.

La ética es un tema en que todos están de acuerdo sin pestañear, pero en el que todos se pierden en cuanto intentan describirla. Rozamos con cuestiones relacionadas con la biología, la norma, la moral, la libertad y la cultura. Un terreno proceloso que, sin embargo, no debe impedir que seamos claros, directos y concretos. El que quiera enredar, que use su tiempo libre. Porque ahora debemos fijar unas líneas de comportamiento que sean fácilmente comprobables en la vida real sin prestarse a confusión o equívoco. Unas líneas que sean universalmente aceptadas y compartidas y que nos puedan servir para exigir a los trabajadores lo que pueden hacer o no en el desempeño de sus funciones y mientras trabajen para nuestras organizaciones. Asociadas a esas líneas, además, habrá que poner en marcha un sistema que combine la vigilancia y las sanciones con la promoción de valores que permitan desarrollar la libre adscripción de las personas a esas líneas.

Antes de que se agolpen a protestar los indignados contra la caza de brujas y el linchamiento público, recordar solo que esas líneas de comportamiento ya existen. Se llaman códigos éticos. Lo que ha fallado sin embargo es la manera de conseguir que esos códigos dejen de ser textos que acumulen polvo y pasen a ser instrumentos vivos que se aplican e interiorizan con naturalidad los trabajadores de una ONG.

Dicho esto, aquí es donde me salgo de los análisis en los que todos coincidimos y donde me permito defender una peculiaridad positiva que sí creo que es propia de las ONG, y no tanto de las demás organizaciones. Una peculiaridad que ha sucedido nada más saltar este caso en los medios y que me permitirá ir describiendo lo que creo que nos diferencia. Me preguntaba un periodista de prensa escrita nacional si este escándalo, y la forma en la que se ha gestionado, nos acercaba más al mundo de las multinacionales que al de las organizaciones sociales y sin ánimo de lucro. Esa pregunta me dolió. Pero la entendí al momento. Es humano comprobar constantemente nuestras creencias y nuestros mitos para saber qué suelo pisamos. Las ONG se encuentran entre las instituciones mejor valoradas, según encuestas que se repiten todos los años. Necesitamos saber si aún podemos confiar en ellas, si no es verdad que ya hemos llegado a ese momento en el que nada está a salvo y la miseria es la misma en todos los sectores. Pero no, no somos iguales. No digo que mejores, pero sí diferentes al menos en algo. Porque una vez conocido el problema, la reacción de las ONG ha sido tremenda, brutal, ejemplar. Y esta es la peculiaridad de la que os hablo.

No digo que una empresa o un organismo público en concreto no lo haga de la misma forma. Pero la reacción del sector ha sido unánime. Primero el rechazo y la vergüenza, como cualquier persona de bien, que son la mayoría. Pero justo a continuación, la puesta en marcha de las medidas de reparación, control y prevención que sean necesarias. Se tenga que llegar hasta donde haya que llegar. Y ahí es donde creo que somos diferentes. No se ha andado en reparos por decir una frase inadecuada o dar a entender un compromiso excesivo. No se han hecho cálculos ni tácticas para superar una crisis con el menor daño posible. Se está, en cambio, yendo al fondo para recuperar algo muy delicado y hermoso: el ánimo y el sentido de todas las personas que trabajan por hacer de este mundo un lugar mejor. No se trata de aplicar un manual de crisis de imagen como aquel que sigue las instrucciones de un procedimiento. No. En nuestro sector nuestra misión es el fin. Ojo, leed otra vez esta frase, os lo ruego. Nuestro trabajo junto a los que sufren es la razón por la que vamos a trabajar y por la que seguimos trabajando. Y eso solo se puede apreciar en su justa medida si uno mismo ha podido estar en los demás sectores. Es por eso que la reacción de las ONG no ha sido artificiosa, sino real, humana, sincera, profunda, dolida.

Cabe preguntarse por qué estas organizaciones han tenido esta reacción tan desnuda y tan coincidente. Nuestro tejido asociativo, por su naturaleza, por su origen, por su objetivo, es de un material tal que repele el abuso al nacer precisamente para luchar contra él. Sería suficiente con realizar un breve repaso a la historia y a la actualidad de las organizaciones, pequeñas y grandes, que puedas encontrar a tu alrededor, para constatar que nacemos para transformar realidades, para incidir en las políticas públicas, para movilizar y cristalizar el compromiso de nuestras bases sociales. Sin las personas que nos apoyan, no tendríamos ni eco ni legitimidad. Construimos identidades colectivas a través de la defensa de una causa. Estas identidades nos permiten que todos aquellos que se sientan interpelados, se reconozcan y se unan a esa lucha. Es por eso que en nuestras instituciones no hay lugar para una ética de mínimos. Más allá de los números, que es lo primero que hay que poner en claro, en nuestro seno nos basta con que una sola persona sufra para que tengamos que ponernos en marcha y denunciar su situación. No importa que sea un caso o que sean miles.

Por otro lado, somos conscientes de que las estructuras y su mantenimiento causan servidumbre pero, a pesar de los escépticos, los cínicos y los catastrofistas, las personas que trabajan en las ONG siguen levantándose cada mañana para luchar por los más vulnerables y desfavorecidos del planeta. No es solo reputación corporativa. No es solo miedo a perder socios e ingresos. No. Por qué, si no, iban los responsables de estas organizaciones a exponer su cara y su nombre al escrutinio público de forma tan repetida y seguida durante estos días. Por qué, si no, iban a explicar sin descanso, una y otra vez, el dolor que sienten y las medidas que van a poner en marcha. Hay algo más, sin duda.

Nuestro sector es la sociedad civil y ésta no es más que lo que tú y tu compañero podéis decidir hacer un día por los demás. No somos más que la iniciativa privada de un conjunto de ciudadanos críticos y organizados que quieren un mundo mejor. Y para aquellos que aún tienen fe en el ser humano, decirles que en nuestras organizaciones, a pesar de estas malas noticias, encontramos a diario razones de sobra para seguir soñando. Porque estamos rodeados de personas ejemplares y de testimonios de otras personas que han cambiado su vida gracias al trabajo de las ONG. A pesar de los desalmados, que los hay. A pesar de los incrédulos, que también.

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Guillermo González de la Torre Rodríguez es presidente de la Comisión de Seguimiento del Código de Conducta de la Coordinadora ONGD España.

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