Andrés Rodríguez Amayuelas

 

Trump ha vuelto a consternar al mundo. Su decisión de salir del Acuerdo de París contra el Cambio Climático se suma a la enorme lista de decisiones políticas que están poniendo en riesgo la paz mundial, la lucha contra las desigualdades, el respeto por los derechos humanos y el cuidado del planeta.

Las reacciones ciudadanas (y de múltiples Estados) no se han dejado esperar. La oposición es unánime. La Organización de Mujeres por el Medio Ambiente y el Desarrollo de Estados Unidos ha declarado que «La decisión de la administración estadounidense de salir del Acuerdo de París es corta de miras, irresponsable, destructiva e inmoral».

El paso que ha dado Trump sigue la lógica contumaz del camino iniciado desde su llegada a la Casa Blanca. En sus primeras semanas como presidente nombró secretario de Estado a Rex Tillerson, presidente de la mayor petrolera del mundo; situó a la cabeza de la Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, quien había trabajado durante años para dinamitarla; borró las referencias al cambio climático en las webs oficiales y expulsó a quienes habían participado en las negociaciones de París.

En su afán por desmantelar las estructuras de lucha contra el cambio climático acabó con el Plan de Energías Limpias, clave para que Estados Unidas cumpliera con el acuerdo de París. Retiró la regulación de contaminación de los coches, activó la construcción el oleoducto Keystone XL – una irracionalidad que había sido parada por la presión del movimiento climático – y se negó a pagar el Fondo Verde del Clima – fondo para ayudar a los países pobres en la lucha contra el cambio climático –. En esta carrera sin frenos, no debe de haber tenido tiempo para leer la encíclica que le entregó el Papa hace unas semanas. Salir del acuerdo de París era un paso más en el camino hacia la caverna.

Olvida Trump que miles de personas están en pie defendiendo la casa común que habitamos. Debería recordar la espectacular imagen de 400.000 personas que salieron a la calle en Nueva York, en septiembre de 2015, en la mayor marcha por la justicia climática de la historia. Miles de colectivos sociales de todo el mundo, personas, organizaciones… lo tienen muy claro: la exigencia democrática de nuestro tiempo pasa necesariamente por la justicia social y el cuidado de la Tierra. «Cambien el sistema y no el clima», decían las pancartas en París.

París fue un hito histórico que marcó el inicio del final de la era fósil. Pero ni siquiera su cumplimiento garantiza nuestro futuro común. La comunidad internacional es consciente de su insuficiencia, y de la necesidad de revisar al alza los compromisos de los Estados para no superar los 2 grados de temperatura media al final del siglo. París no fue el cambio urgente que necesitan los 108 millones de personas en una situación de inseguridad alimentaria severa o los 65 millones de personas que huyen de conflictos, donde los efectos del cambio climático y la disputa por los recursos fósiles son una pieza clave. O para la inmensa mayoría que sufre las consecuencias de un problema que no generaron. Oxfam denuncia que la mitad de las emisiones del mundo las produce el 10% más rico y que la huella de carbono media del 1% más rico de la población mundial podría multiplicar por 175 a la del 10% más pobre. Los datos son demoledores; sus consecuencias, también. No sólo necesitamos del Acuerdo de París, sino del aumento progresivo de su nivel de ambición, si queremos garantizar el futuro del planeta y la dignidad de las personas más pobres y vulnerables, que sufren cada vez más las consecuencias del cambio climático.

Pero Trump no va solo en esta carrera contra el planeta; con menos ruido y en silencio, otros Estados lo acompañan. Las emisiones de CO2 han aumentado un 14% en España desde 1990, mientras que en Europa han descendido un 19%. Actualmente, se está negociando una ley de cambio climático y transición energética en nuestro país. Recientemente Alianza por el Clima alertaba de los riesgos de un proceso poco participativo en una ley fundamental en un país donde el 80% del territorio puede convertirse en un desierto al final del siglo.

Trump ha querido tirar de la cuerda para renegociar otro acuerdo. Lo que ha conseguido es despertar la conciencia global y ponernos en frente. Que su cortedad de miras refuerce la convicción de todos los demás, de que no nos queda más opción que caminar juntos, en base a principios, pensando en el bien común y a largo plazo.

Más información en: ¿Cómo de malo es que Trump abandone el Acuerdo del Clima de París? por Greenpeace.

— (Fotografía de Laura Gámez)

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