Artículo del presidente de la Coordinadora de ONGD, Andrés R. Amayuelas, publicado en ElDiario.es

Decía el recién fallecido Dario Fo que el poder tiende a crear miedo sobre problemas superficiales, nunca sobre aquellos que realmente condicionan nuestro presente y nuestro futuro. El poder genera humo para ocultar el meollo del asunto. ¿ Sabían que las muertes por terrorismo han disminuido en Europa desde los años noventa? Nadie lo diría escuchando los discursos políticos o viendo las portadas de nuestros periódicos. No es casual que mientras hablamos del «miedo al otro» no hablemos de lo que realmente tendría que estar haciéndonos temblar.

Vivimos un momento en el que, o se cambia el rumbo, o la situación será irreversible. El planeta ya no aguanta más. En los últimos años, se ha convertido en costumbre llegar a agosto habiendo consumido todos los recursos que la Tierra es capaz de producir en un año. La presión a la que le estamos sometiendo está acabando con ecosistemas milenarios. Definitivamente, el modelo es insostenible.

65 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. Algunas, precisamente, por el cambio climático; otras por guerras y complejos conflictos; por violaciones sistemáticas de derechos humanos o por pura miseria.

Mientras tanto, el comercio de armas continúa al alza. Se calcula que la industria armamentística moviliza 100.000 millones de dólares al año, aunque los datos exactos son desconocidos. Como desconocidas son las actuaciones de las empresas extractivas que esquilman los recursos naturales de amplias zonas del planeta.

Por si estas cifras fueran poco, unas 25.000 personas mueren al día de hambre sin que merezcan un solo titular en los medios. Eso sí, mejor miramos para otro lado y criminalizamos a las víctimas: el creciente discurso xenófobo debería recordarnos épocas pasadas en la que la infamia campaba a sus anchas.

La desigualdad alcanza niveles obscenos. Según datos de Oxfam Intermón, 62 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial. La economía brinda sus servicios a una minoría que se enriquece a costa de llevar a la miseria a la inmensa mayoría de la población. En 2015, el número de millonarios en España aumentó un 8% con respecto al año anterior. El reciente y último informe de la Red Europea contra la Pobreza (EAPN) arroja datos demoledores: a día de hoy, un 28,4% de la población española vive en riesgo de exclusión o pobreza. Eso sí, el mantra insiste en la recuperación económica. ¿Para quién?

La corrupción campa a sus anchas. Además de los bochornosos espectáculos a los que estamos asistiendo en los juzgados o revelaciones como las de los Papeles de Panamá, el Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda nos recordaba en 2015 que el Estado español pierde 8.250 millones al año por prácticas de ingeniería fiscal de las multinacionales. Por su parte, el profesor de la Universidad de Berkley, Gabriel Zucman, en su libro ‘La riqueza oculta de las naciones’, calcula en 160.000 millones de euros los depósitos de españoles ocultos en paraísos fiscales. Piensen lo que se podría hacer en materia de servicios sociales con una tributación justa de esos fondos.

La injerencia en los asuntos propios de los Estados está a la orden del día. Un ejemplo claro de ello son los tratados comerciales, como el TTIP, el TISA o el CETA, que se negocian de espaldas de la ciudadanía. A puerta cerrada, con nocturnidad y alevosía, acuerdan la modificación de leyes que afectan a nuestra vida diaria, en materia de salud, trabajo, alimentación… Establecerán, incluso, un tribunal de arbitraje privado que estará por encima de la soberanía democrática de los Estados.

Esto sí que da miedo. Conviene recordar, sin embargo, que algunos países consiguieron parar tratados similares –así ocurrió, por ejemplo, con el ALCA (Tratado de Libre Comercio de las Américas)–. ¿Por qué no lograrlo también aquí?

Decía Darío Fo que nunca hay que callarse, que nunca deberíamos ceder. Las grandes conquistas sociales se han alcanzado gracias a la lucha incansable, contra viento y marea, de miles de personas. Ante situaciones tan graves como las que vivimos, no hay más opción que dar la batalla y provocar un inmediato giro de timón. Así piensa también Federico Mayor Zaragoza, que estos días nos decía que «no podemos seguir tolerando como espectadores impasibles estas diferencias tremendas, esta brecha social, esta pobreza extrema (…). No podemos ser cómplices de lo que está sucediendo».

Este sábado saldremos a las calles de nuestras ciudades para exigir un mundo en el que la justicia sea norma y no excepción. Seguiremos oponiéndonos a un sistema que nos maltrata y agrede nuestro planeta. Nos vemos en las calles.

 

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