Artículo del Presidente de la Coordinadora de ONGD, Andrés R. Amayuelas, publicado en el diario Público
La creencia generalizada atribuye a las avestruces la costumbre de esconder la cabeza bajo tierra cuando se acerca un peligro. Aunque no es verdad que lo hagan, la imagen viene como anillo al dedo para explicar el motivo por el que tendemos a no afrontar ciertos problemas porque asumimos que no ocurrirán o porque creemos que no contamos con las capacidades para enfrentarlos. Pero, ojo, como bien alerta la sabiduría popular, escondiendo la cabeza el trasero queda fuera.
Cual avestruz, parte de la población se esconde cuando le llegan los ecos de las graves consecuencias de los acuerdos comerciales que pretende firmar la Unión Europea con Canadá y Estados Unidos. TTIP, CETA, TISA, esa retahíla de siglas indescifrables que, al ser escuchadas, dibujan la mueca de indiferencia que precede al comentario de ¡no será para tanto!
Acabo de volver de Latinoamérica y tengo la sensación de que estamos viviendo en España lo que vivieron por aquellas latitudes a mediados de los 90. El 1 de enero de 1994, entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México. Coincidiendo con esa fecha y mientras los medios oficiales aseguraban que crearía empleos, haría crecer la economía y mejoraría el nivel de vida de la población, en lo más recóndito de la selva Lacandona un grupo de indígenas se levantaba en armas contra un sistema profundamente injusto y un acuerdo que calificaron como ‘sentencia de muerte’. El paso de los años está dando la razón a los insurgentes frente a los argumentos de los voceros del poder. Más de 22 años sufriendo las consecuencias de acuerdos comerciales y planes de ajuste estructural que se impusieron desde organismos y actores internacionales, reduciendo las inversiones en políticas sociales para garantizar que los bancos no quebraran y los países pagaran su deuda externa. ¿Les suena?
Todos los estudios demuestran que este acuerdo (NAFTA, en sus siglas en inglés) ha generado un aumento de la inversión extranjera directa en México, sobre todo desde EEUU. Ahora bien, este flujo no ha servido para promover procesos de crecimiento económico ni un fortalecimiento democrático. Es más, en los últimos 22 años el crecimiento se ha estancado mientras la pobreza se mantiene en un nivel inaceptable, la desigualdad se ha profundizado y el medio ambiente se ha degrado. Y sin duda, el NAFTA ha contribuido mucho a ello. Tal vez pueda pensarse que España no se encuentra en la misma situación que el México de los 90, tal vez… pero recuerden que más de 13 millones de personas se encuentran en riesgo de exclusión social en nuestro país, mientras 500 multimillonarios acaparan más de 30 millones de euros cada uno.
Las tretas de los acuerdos
Ya, dirán, pero aquí la protección laboral no es la misma que en el país azteca. ¿Seguro? La última reforma laboral ha supuesto el desmantelamiento de las conquistas sindicales del último siglo. Veamos un ejemplo. Una multinacional como Bridgestone ha ofrecido nuevas inversiones en sus plantas españolas siempre y cuando se aumente la jornada, desaparezca la antigüedad laboral y se rebajen en un 30% los salarios para las nuevas contrataciones. Un chantaje puro y duro en una empresa grande y con secciones sindicales organizadas y movilizadas. Para echarse a temblar si pensamos en que este tipo de acuerdos equipará a la baja las condiciones laborales con legislación estadounidense que ni siquiera ha ratificado los convenios internacionales que prohíben el trabajo infantil, garantizan la negociación colectiva o la libertad sindical.
Un último apunte sobre las consecuencias del NAFTA. Desde 1994, México ha pasado de ser un país exportador de maíz, -un cereal del que depende el 80% de la dieta nacional, y que es parte de sus raíces históricas de su cultura-, a ser país receptor de una auténtica invasión de maíz estadounidense de baja calidad. Todo gracias y a consecuencia de la eliminación de barreras comerciales y a la política subsidiaria de Washington. El movimiento campesino de México lo denunció claramente en el manifiesto Ciudad Juárez: “hacer depender la alimentación de nuestro pueblo de las importaciones de los EEUU, controladas por unas cuantas transnacionales, es aceptar la madre de las derrotas: la de la comida de nuestra gente”.
Está claro que si adoptamos la estrategia del avestruz ante los acuerdos comerciales que tratan de imponer los grupos de presión de las grandes empresas, nos van a dar por todos los lados. Es hora de hacerles frente porque hay experiencias que demuestran que un giro es posible. En 1998, gracias a una potente campaña ciudadana, se consiguió parar el Acuerdo Multilateral de Inversiones, que estaba impulsado por la OCDE y la Organización Mundial de Comercio. Si nos movilizamos podemos pararlo de nuevo.
El poder piensa que no tiene a nadie enfrente, que la respuesta social apenas tiene entidad y que quienes creemos que otro mundo es posible y necesario somos incapaces de articular una respuesta global contundente. La historia demuestra que los avances sociales para el 99% de la población solo se han conseguido con la lucha de personas y organizaciones concienciadas y críticas, que han sacado la cabeza del hoyo, y han puesto el apoyo mutuo y el bien común por delante de los intereses de unos pocos privilegiados.
Los tratados comerciales generan desigualdad y pobreza; violan derechos humanos. Es urgente que la ciudadanía dé un paso al frente y se plante; es necesario que gobiernos locales y nacionales nos acompañen. Por eso, nos movilizamos en la semana contra la pobreza; del 14 al 21 de octubre saldremos a las calles para reivindicar, de manera clara y directa, que las personas y el planeta tienen que estar por encima de los intereses de las multinacionales. Si queremos acabar con la pobreza, reducir las desigualdades y proteger a nuestro planeta, no hay otro camino.
Las movilizaciones de la Semana contra la Pobreza pueden ser consultadas aquí.