Artículo publicado en Planeta Futuro
18 de agosto de 2015. Todos los años, millones de personas se ven obligadas a abandonar sus hogares a causa del cambio climático. Según datos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático la cifra podría llegar a alcanzar los 150 millones en el año 2050. El pasado 13 de agosto la humanidad había gastado ya los recursos naturales que el planeta es capaz de reponer en un año. El sistema aprieta las tuercas a una naturaleza que no es capaz de recuperarse. Los daños son irreversibles, especialmente para la población más vulnerable.
Como recordó Ban Ki-moon a principios de año, nuestra generación es la primera que está en disposición de poner fin a la pobreza, pero también es la última que puede tomar medidas para impedir los peores impactos del cambio climático. Las agendas de desarrollo humano y protección del medio ambiente están íntimamente relacionadas, pero la convergencia no se limita al tema de la gestión sostenible de los recursos. Esta convergencia se extiende también a la incidencia que los problemas medioambientales tienen en las crisis humanitarias. Por eso hoy, Día Internacional de la Asistencia Humanitaria, reflexionamos sobre la relación entre cambio climático y riesgo de desastres, conscientes de que una gestión adecuada de este reto es vital para un desarrollo sostenible y duradero.
La relación entre el calentamiento global, la sobreexplotación de los recursos naturales y las crisis humanitarias es a estas alturas un hecho innegable. Desde diferentes ámbitos, sociales, científicos y gubernamentales así se reconoce desde hace tiempo. Ya en 2009, la organización internacional CARE reflexionaba sobre las implicaciones humanitarias del cambio climático; los fenómenos naturales extremos son cada vez más intensos, más frecuentes, menos predecibles y de mayor duración. El riesgo de desastres ha aumentado considerablemente en todo el planeta, pero especialmente en aquellas zonas con altos niveles de vulnerabilidad humana. Regiones que, paradójicamente, son las que menos contribuyen a esa crisis ecológica mundial.
Hace un par de años, un estudio de la Universidad de Oxford anunciaba que un aumento de la temperatura global de 4 grados provocaría catástrofes en grandes zonas del planeta, causando sequías, tormentas, inundaciones y olas de calor, con graves efectos en la agricultura y, por tanto, en la vida de comunidades enteras que se verían obligadas a iniciar procesos migratorios masivos. Este mismo año, la secretaria general adjunta de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas, Valerie Amos, reconoció en una entrevista a EFE que, a causa de la incidencia del cambio climático, el número de personas que se ven afectadas por las crisis humanitarias se está elevando considerablemente.
Pero además, la situación límite a la que se está llevando al planeta alimenta conflictos económicos y políticos por los recursos naturales; especialmente en los países con estructuras frágiles. Estos procesos a menudo se ven agravados por las grandes transnacionales que explotan, sin limitaciones ni respeto por los derechos humanos, los recursos locales. Tal es el caso, por ejemplo, del conflicto que afecta a Darfur –una crisis cuyo origen ha sido denunciado por el propio Ban Ki-moon como una crisis ecológica.
Sostenibilidad ambiental y desarrollo, dos caras de la misma moneda
Según datos de ACNUR, 2014 fue el año con mayor número de personas refugiadas y desplazadas de la historia; 60 millones se vieron forzadas a abandonar sus hogares. Ante la enorme complejidad de un contexto como este, cabe preguntarse qué papel juegan cuestiones como la sobreexplotación de los recursos naturales, el calentamiento global o el cambio climático. ¿Cuántas de esas personas podrían ser consideradas como refugiadas medioambientales?
No hay duda de que garantizar un desarrollo adecuado para la totalidad del planeta pasa ineludiblemente por asegurar la sostenibilidad ambiental. El año 2015 es un año crucial para nuestro futuro como humanidad; varias conferencias internacionales tejerán (o no) los mimbres necesarios para que así sea. La oportunidad está sobre la mesa, queda saber si los gobiernos estarán a la altura de los retos que se nos plantean.
El pasado marzo se celebró en Sendai la Conferencia Mundial sobre la Reducción de Riesgos de Desastres. Entonces se adoptó un marco de acción con siete objetivos globales para la prevención y respuesta a las catástrofes provocadas por amenazas naturales o humanas, que serán de aplicación en los próximos 15 años. Ese marco deja bien claro que un año como este -en el que se ha revisado la financiación del desarrollo, en septiembre se definirán los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y a final de año se celebrará la COP21, sobre cambio climático-, la comunidad internacional debe garantizar la coherencia entre todas estas cuestiones. Sin financiación suficiente no puede asegurarse la ayuda humanitaria y sin coherencia entre las políticas internacionales es imposible conseguir la disminución de la pobreza y las desigualdades y, por tanto, un desarrollo sostenible.
Ahora tenemos la oportunidad de caminar firmemente en esa dirección. El borrador final de los ODS incluye de manera transversal la prevención de desastres y el fortalecimiento de la resiliencia de las comunidades. Aunque esta inclusión transversal debe valorarse positivamente, el encuentro crucial para la lucha contra el cambio climático se celebra en París en el mes de noviembre. Esperamos que la llamada COP21 haga frente, de manera integral, contundente y firme, a uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos como humanidad. Las decisiones políticas pueden conseguir que las poblaciones más vulnerables, y el planeta en su conjunto, logren disfrutar de sus recursos naturales, de entornos seguros, de una vida digna y un futuro sostenible.
Ángel González (@ _anggna_)
Vocal de Acción Humanitaria de la Coordinadora de ONGD